El día se volvió oscuro y gris, cuando supe lo que pasó. Las horas se volvieron muy largas. Este hecho interrumpió mis ganas de entrar en mis sueños. El hecho de que ya no estuvieses aquí, hizo que mi alma se rompiese entera en miles de pedazos pequeños que te llevaste cuando te fuiste de aquí.
¡Qué injustos fueron los siervos de Dios! ¡Qué desgracia más grande me enviaron los ángeles cuando tu alma se llevaron! No pensaron en el daño que causaría. Tú misma no pensaste en ese daño. Te has ido, y mis ganas de seguir se desvanecieron contigo.
Pregunto yo, a los cielos que sobre mí se posan, ¿permitirán que me una a ti?, ¿o tendré que esperar varios años hasta que con suerte un accidente sufra? Rezo cada día porque todo esto fuese un sueño, y que las flores blancas que te rodearon te ayuden a levantar, y a acercarte a mí. A volver a ser felices tú y yo. A sentir ese calor tuyo sobre mí. Ese amor que sentías hacia mí, y que yo te correspondía.
Y yo me pregunto, ¿que pasaría si yo decido unirme a ti?, ¿los ángeles toleraran esta decisión? Ellos nunca te devolverán a la vida. Pero en cambio, yo puedo tomar la decisión de unirme a ti, como en tierra yo me uní.
¡Ojalá este infierno acabe! No hay mayor tortura que el saber que te necesito cada día. El no poder disfrutar de tus rasgos que tan especial te hacían. El no poder decirte nada, ni sentir mis labios con los tuyos. ¿Qué le hice a Dios para que me ahogue en este sufrimiento que me consume? Si de ellos dependieran, pasarían años y años, y me reuniría contigo cuando ya te haya olvidado.
Pero los ángeles no me borraran ese pensamiento, impedirán que me una a ti. En este momento haré como tú hiciste. Como en el momento en que te fuiste sin decir nada, aunque me quedase el consuelo de saber que me querías. Me limitaré a cerrar los ojos, y esperar en plena oscuridad a abrirlos para que, una vez abiertos, pueda ver tu rostro otra vez.
Jaime. Un libro bajo el árbol.
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