viernes, 14 de noviembre de 2014

El amor en tres segundos

Un, dos, tres…repítelo conmigo al compás de un viejo reloj de aguja: uno, dos, tres. ¿Ya te has enamorado? Tres segundos me bastaron para rendirme a ti, tres míseros y fugaces latidos para caer irremediablemente hechizada.

Eran las ocho en punto de la mañana cuando me encontraba en medio del andén del metro. Me dirigía como cada mañana hacia mi trabajo, un hábito tan cotidiano como tedioso. Desconecté los cascos cansada de aquella repetitiva música y levanté la vista hacia el cartel que anunciaba la hora de llegada del metro, me quedaba exactamente un minuto. Eché un vistazo a la máquina expendedora y decidí comprarme una botella de agua, rebusqué en mi bolsillo una pequeña moneda y la metí en la máquina esperando. Al principio me pareció gracioso que la máquina se negase a aceptar mi moneda cuando al final, desesperada, miré el reloj de nuevo, me quedaban sólo treinta segundos. Furiosa, lo intenté una última vez pero al instante un sonido metálico me advirtió que la moneda había caído de nuevo, sin ser aceptada.

- Déjeme probarlo. - Escuché una voz masculina que me hablaba desde atrás, ese fue nuestro primer segundo de contacto. Recuerdo nítidamente tu tono, un tono tan controlado y elegante como pausado a la vez. Jamás una voz me había parecido elegante antes, una voz tan agradable y envolvente.

En ese segundo latido recogiste mi pequeña moneda con tu grande mano delgada. La metiste de nuevo a través de la estrecha ranura y esperaste. Yo volteé curiosa a contemplarte, tus facciones parecían serias y concentradas, fijas ante esa máquina, como si realmente te importase conseguirme aquella bebida. En ese momento llegó a mí tu sutil fragancia masculina y yo me acerqué inconscientemente para degustarla. Un delicado roce de nuestros hombros nos obligó a separarnos, mandándome una vibrante sacudida.

La máquina emitió un estrepitoso golpe trayendo por fin mi botella. Tú la recogiste con gracia, con aquella reconfortante y masculina mano. Recuerdo que ibas tan elegante, vestido con tu traje gris, perfectamente ceñido. Yo me quedé enmudecida, sin comprender cómo algo tan imposible y frustrante te había resultado tan absurdamente sencillo.

- Tome.- Me dijiste al verme sin reaccionar. Ese fue mi tercer y último segundo antes de captar tus ojos color chocolate. Alcé mi vista para recoger la botella de agua y me fasciné, sintiendo como algo muy hondo se unía a esos ojos para siempre.

- Gracias. –Tú volviste a sonreírme y yo me sentí perdida, una sonrisa encantadora que logró sacudirme por dentro. Entonces te peinaste tu corto cabello castaño como si sopesaras decirme algo más. Yo esperé impaciente sin saber qué preguntarte cuando dándote por vencido, recogiste tu maletín del suelo. Te observé en silencio viendo cómo te alejabas, quise gritarte para que siguieras hablándome, necesitaba preguntarte tanto. Te parecerá absurdo pero en ese momento noté como algo muy mío escapaba contigo, perdiéndose para siempre a través de esa andana. A partir de entonces tú mejor que nadie conoces nuestra historia. Uno, dos, tres, martilleaba un viejo reloj de aguja.



Voy a contar contigo si me lo pides, uno, dos, tresy voy a contestarte, para entonces ya estaba completamente enamorado. El día que te encontré peleándote con esa máquina expendedora me pareciste encantadora, mirabas enfurruñada aquella máquina como si fuera estúpida. De hecho, llevaba muchos meses espiándote en esa andana de metro pero tú siempre parecías tan metida en tu propia vida que dudo que me reconocieras. No me extrañó tu expresión de sorpresa al verme pero me alegré cuando por fin, me miraste a los ojos. Gracias, me contestaste con una tímida sonrisa, llevaba tanto esperándola.En ese momento fui un tremendo estúpido, incapaz de preguntarte nada, maravillado por tus ojos de miel. Me aparté despacio de esa máquina expendedora y te observé de reojo desde la andana. Tú parecías absorta con tu botella, sin mirarme de nuevo. El traqueteo avisó de la llegada del metro arrancándome las pocas esperanzas para lograr alcanzarte de nuevo. Ambos nos subimos en el mismo vagón y tú te me acercaste, aún recuerdo tu dulce melodía cuando me invitaste a un café. Yo acepté desconcertado, sin poder creerme mi suerte.

Dices que en tres segundo te enamoraste de mí pero yo llevaba tantos ya enamorado. Me enamoré de ti viéndote en esa andana día tras día, conectada a tu reproductor de música, leyendo un libro o escribiendo en el móvil, me enamoré de ti hacía ya demasiados segundos. Ese fue nuestro primer café de muchos, por tan sólo tres míseros segundos. Uno, dos, tres, martilleaba un viejo reloj de aguja.

No hay comentarios:

Publicar un comentario